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LUNAres

Ella es guapa así, desnuda. Sin maquillaje que la retoque ni filtro que la cubra. Pocas veces se acerca realmente pero cuando lo hace se nota.

 

Su luz lo llena todo y hace que el resto parezcan insignificantes. No necesita invitación y siempre busca alguna ventana abierta para llenar de ese hermoso azul cada rincón de vida.

 

Es cómplice y creadora de momentos inolvidables y guarda secretos que ni los más intrépidos arqueólogos podrían desenterrar en un millón de años. Ayuda a contar lunares y se dedica a contar orgasmos.

 

Ella ilumina habitaciones, apaga tristezas, abre corazones e inspira mil poemas.

 

Ella.

Sin grandes títulos

Una noche cerrada y fría, una de esas en las que ni siquiera la luz de la luna ilumina el inerte asfalto. Una bolsa de plástico se deja elevar por el gélido aire de invierno, ese que te cala hasta los huesos. Tiene ese movimiento lento, fluido de aquellas cosas que no sienten, que simplemente se dejan llevar. Pero, entonces, se para. 

 

En medio de esta calle sombría se distinguen unas sombras, aquellas que han parado el movimiento dulce que aquel trozo de plástico. Sus pasos son pesados, como si llevara todo el peso de la vida encima de los hombros. Unos pasos vestidos con unos zapatos descoloridos y cubiertos de desesperación. Parecen los andares de una persona mayor, una de esas en las que se puede leer la sabiduría en sus ojos y sentir el trabajo en el tacto de sus manos. Sin embargo, es una persona joven aunque la edad es tan relativa que es difícil de determinar. Se podría decir que no es una persona mayor pero la vejez de su alma se nota en sus raídas ropas empapadas de tristeza. Los hombros caídos, la mirada vacía y, si no fuera por ese vejo traje, juraría que se podrían contar cada uno de sus huesos.

 

De repente unos pasos ligeros se oyen al final de la calle. Desde el otro extremo ya se puede sentir la alegría, la esperanza, la felicidad. Se acercan corriendo hasta la figura del hombre desgastado y a la luz de la farola se le ve. Un niño pequeño, con el rostro sucio pero aún así con ese halo de esperanza que todos los niños llevan encima. Con una sonrisa enmarcando esa frágil inocencia. 

 

Entonces sucede. Unos minutos de silencio, un silencio pesado y cortante. El niño mira al hombre, sin embargo este parece no querer observarle. Poco a poco toda su desesperación se acumula en su mirada y forma un pequeño lago de tristeza. Y así, convirtiéndose el niño en hombre y el hombre en niño, la mano de la esperanza recoge a un hombre destruido en su mano diminuta y le dice:

- Tranquilo, papá, que seguro que esta noche encontramos un sitio mejor donde dormir.

Rimel corrido y poco maquillaje

Estoy en la barra de un bar oscuro, de esos donde solo se sirve whisky con hielo y alguna que otra ginebra. Sola, como de costumbre. Intentando olvidar que llevo un vestido demasiado corto para estos taburetes y el pelo demasiado despeinado para estar en la calle. Pero, ¿qué se puede pedir después de una huida?

 

He querido huir de mi misma, he querido correr más rápido de lo que estos tacones me permitían para poder escapar, pero entonces es cuando me he dado cuenta de lo absurdo de la situación y me he metido en este sórdido bar para refugiarme de la lluvia. Por lo menos es un bar de personas solitarias, ellas no me juzgan, ni siquiera han levantado los ojos de su copa para observar quién entraba por la puerta. eso me consuela, por lo menos así no me tengo que esconder. 

 

Entonces me doy cuenta. Una lágrima ha caído en mi vaso de whisky con hielo, ¡qué locura!, a mi que ni siquiera me gusta el whisky. Pero en el fondo bebo para aclarar mis ideas y parece que en las grandes películas, esos clásicos en blanco y negro, funciona lo del whisky.

 

Me miro los pies, con esos tacones destrozados, y entonces me acuerdo de por qué he llegado hasta aquí. Lo último que recuerdo es que yo te mordí el cuello y tú me mordiste el corazón. Yo que te dije que no te enamoraras, que esas cosas no funcionaban conmigo. Entonces ese escalofrío recorrió mi espalda y me asusté. Y así, sin mediar palabra, con un beso en la mejilla y el deseo clavado en los ojos, empecé a correr. Y allí te abandoné, en medio de aquel callejón sin salida que nunca contará ninguna historia y con el asfalto como único testigo de mi flaqueza.

 

Puede que sea una de las peores cosas que he hecho en mi vida, pero acostumbro a huir cuando siento que algo de verdad puede herirme. Algunos pensaréis que huir es lo fácil. Mentira. Después de la huida vienen las llamadas, las preguntas, los reproches. Quizás estoy acostumbrada a esos amores que no dejan heridas, a aquellos que en realidad no dejan huella en la piel ni en el recuerdo. Aquellos que tal como vienen se van sin una despedida, sin promesas sin mentiras ni verdades, sin palabras. Con marcas de dientes en el culo y deseos incontrolables. No son mejores, quizás. No son los que nos prometen de pequeñas, lo siento pero hace demasiado que dejé de creer en los príncipes a caballo. No son eternos. No puedes esperar grandes conversaciones ni que te cambien la vida trascendentalmente porque no lo vas a conseguir. pero sabes que no volverán, que ni siquiera se asomarán por tu vida, que no tendrás que volver a enfrentarte a ellos, que ni siquiera vana a remover los cimientos de tu presente. 

 

Pero ¿y ahora qué? Ahora que recuerdo el olor de tu piel cada vez que cierro los ojos, que siento tus labios cada vez que beso a otro hombre, que siento tu tacto con el roce de otros dedos. Algunos lo llaman amor yo todavía estoy buscando un nombre menos doloroso.

LUNAres

Ella es guapa así, desnuda. Sin maquillaje que la retoque ni filtro que la cubra. Pocas veces se acerca realmente pero cuando lo hace se nota.

 

Su luz lo llena todo y hace que el resto parezcan insignificantes. No necesita invitación y siempre busca alguna ventana abierta para llenar de ese hermoso azul cada rincón de vida.

 

Es cómplice y creadora de momentos inolvidables y guarda secretos que ni los más intrépidos arqueólogos podrían desenterrar en un millón de años. Ayuda a contar lunares y se dedica a contar orgasmos.

 

Ella ilumina habitaciones, apaga tristezas, abre corazones e inspira mil poemas.

 

Ella.

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